domingo, 22 de junio de 2014

Sábado de Barbies.

Anochece y me he dado cuenta de que se me ha pasado la tarde entre películas, series, siestas y un libro extraño. Aún así, creo que no me he enterado de nada. Por lo menos de nada interesante. Hace frío en el jardín, aire, sobre todo hace aire. Se nota en el agua de la piscina y en el sonido que hace al colarse entre las hojas de los árboles. Me arde la cara por culpa del sol y la cabeza me duele de no saber en qué pensar. Quizá sea que pienso en demasiadas cosas... Ya casi no hay luz pero no me apetece entrar en casa, estoy cansada de las cuatro paredes moradas que componen mi habitación, de los osos de peluche, las cintas de video y, más que nada, de las barbies. Siempre he odiado a esas Barbies rubias de pelo largo, ojos azules y labios rosas, acompañadas de sus Kens... Siempre perfectas, demasiado perfectas. También aborrezco el olor a cerrado de todo el día. Es curioso, echo en falta el olor a humedad de un día de tormenta de verano. Sin embargo, lo que más me apetece de estar fuera, en el jardín, es la oscuridad, la tranquilidad que me provoca que la única luz que haya sea la de la luna y la de cuatro bombillas anaranjadas repartidas alrededor de la casa. Estar fuera, sola, con la música a un volúmen tan sumamente bajo que casi la tapa el aleteo de los pájaros (o los murciélagos) me ayuda a no pensar más. Esto es un desastre, ni principio ni final, ni siquiera el más mínimo sentido... Quizá sea demasiado quejica, pero bueno, forma parte de mi esencia.

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